“El día sábado 26 de febrero emprendimos un viaje improvisado a la ciudad de Loreto, al noreste de Corrientes, para unirnos a la Cáritas diocesana de allí y a la Parroquia Nuestra Señora de Loreto. Entrando a la provincia ya se veían los campos quemados alrededor de la ruta y, antes de llegar, pasamos por el departamento de San Miguel en donde todavía prevalecían los incendios, el olor a quemado y el calor que emanaba la tierra.
Si bien el fuego no llegó a ingresar en Loreto, una de las principales entradas a los Esteros del Iberá, nos encontramos con un pueblo desconsolado, triste, angustiado y con miedo.
El domingo partimos hacia El Cenizal y Bastidores, dos parajes rurales donde las familias habían sufrido de primera mano los incendios. En esa zona, el fuego llegó hasta los alambrados de los hogares, los cuales eran de barro y palmas. Uno de los problemas más graves era la falta de agua ya que la primera napa se había secado por la sequía que viene afectando la zona hace meses, y las otras dos napas se secaron por el calor del fuego.
La falta de pozos de agua, sumado a los pastos quemados, significaban para estas familias la destrucción total de su materia prima de trabajo. Los estancieros, peones y familias intentaban apagar los incendios vecinos con ramas y motobombas. El espíritu de fraternidad sin antecedentes fue algo que nos conmovió a todos. Los días siguientes visitamos otras zonas afectadas, junto a los bomberos, entregando cientos de botellas de agua, ropa y alimentos a las familias.
Este trabajo en conjunto nos enseñó cuán unida está la comunidad, siempre listos para trabajar, incluso bajo los rayos del sol. Todo lo sucedido no fue suficiente para poder vencer la esperanza, alegría y compasión que llevamos desde Buenos Aires, en representación de una comunidad y un equipo que vive para servir”, nos contó Tomás, un voluntario de Cáritas de Buenos Aires que se unió a los voluntarios de la parroquia de Loreto.